miércoles, 25 de junio de 2008

PEDRO CEREZO SE NOS JUBILA: ¡ENHORABUENA!






Hace ahora cuarenta años, el 1 de julio de 1968, aparecía en el número 30 del Boletín Informativo Municipal Pozoblanco, dentro de la sección de noticias locales, un suelto titulado Nuevos Maestros que literalmente decía lo siguiente: En las oposiciones celebradas en Córdoba para ingreso en el Magisterio Nacional, han obtenido plaza nuestros paisanos: Señoritas Isabel Ballesteros Olmo, Consuelo González Peralbo, María Redondo Fernández y Ana Rosalía Mateo Ruiz; don Pedro Cerezo López, don Antonio Muñoz Rodríguez y don Miguel Arroyo López. Felicitamos a los nuevos Maestros de 1ª Enseñanza, así como a sus padres, por el éxito obtenido. De todos aquellos protagonistas uno sólo ha tenido el detalle de echarnos una mano en esta casa.
El IES al que pertenecemos, el Antonio Mª Calero de Pozoblanco, es un centro educativo relativamente nuevo y su profesorado ha sido tradicionalmente bastante joven. Por ello no es frecuente que asistamos en él a actos de jubilación. De hecho, en los veinte y cuatro años que llevo desempeñando la labor de profesor en él, que son los mismos que cuenta el edificio, solamente se ha producido esta situación en dos ocasiones anteriores y fueron hace ya mucho tiempo: las protagonizaron don Juan Caballero Romero, sacerdote y profesor de religión, y don Francisco Gregorio Pla Jurado, profesor que impartía clases en la rama administrativa de Formación Profesional.
Ahora le toca el turno a don Pedro Cerezo López. Todos sabemos quién es, pero muchos de los presentes desconocerán, por juventud o por procedencia geográfica distinta, su trayectoria como profesional de la educación.
Y lo primero que deseo destacar es que en Pedro la dedicación a la enseñanza no es algo personal y aislado de su entorno. Todo lo contrario. Pertenece a una familia volcada en este oficio, no en vano una hermana y un hermano de Pedro han seguido sus pasos y hoy lo ejercen con toda satisfacción. Si añadimos que su esposa y cuñados también forman parte de esta profesión creo que queda claro el enorme compromiso de servicio adquirido por su familia con la sociedad.
Nacido el 18 de febrero de 1948, el primer contacto con un centro educativo oficial se produjo el curso 1953-54 cuando ingresó en la escuela nacional unitaria de niños de la calle Santa Ana de Pozoblanco, regentada por don Manuel Luna Rivera. De aquí pasa al Colegio Salesiano donde cursó ingreso e inicia los estudios de Bachillerato que culmina en 1963 en la modalidad de Bachillerato Superior de Ciencias. Inmediatamente, empieza el Magisterio como alumno libre en la Escuela Normal de Córdoba, compaginando los estudios con la colaboración laboral en la empresa familiar.
Corría el curso de 1966/67 cuando comenzó la labor de maestro en su ya conocido Colegio Salesiano. Durante la estancia en él, obtuvo en mayo de 1968 la acreditación oficial de maestro tras aprobar las oposiciones al Magisterio Nacional. Junto a otros compañeros puso en marcha al curso siguiente 1968/69 el patronato San Francisco de Sales, auténtico vivero de excelentes profesionales de la educación.
Su primer empleo como propietario provisional se produce en el curso 1969/70, cuando es destinado a un colegio de Lucena que, como no podía ser de otro modo, se llamaba Nuestra Señora de Araceli. El destino definitivo, que se produce al siguiente año, le lleva a una escuela rural en Priego de Córdoba, la Escuela Unitaria Mixta de La Poyata –vaya nombre-.
Como todo profesional, Pedro deseaba mejorar de asiento, y como buen tarugo intentó aproximarse lo más posible al terruño. Mediante concurso de traslados consiguió ambas cosas, obteniendo plaza en el Colegio Público Concepción Arenal de Pedroche para el curso 1971/72 y allí permanecerá durante el más prolongado periodo de su vida profesional, quince cursos consecutivos, aportando su capacidad de trabajo, acumulando más y más experiencia y consiguiendo los mejores frutos.
Obtuvo finalmente destino en Pozoblanco para el curso 1986/87, en el Colegio Público Virgen de Luna, en el que permanecerá sólo dos años, pues, debido a intereses personales, decide, mediante concursillo, ocupar plaza en el Colegio Público Manuel Cano Damián de nuestra población, hasta que una de las múltiples modificaciones que estaba y está afectando a los planes de Estudio le adscribe a la entonces nueva Educación Secundaria Obligatoria, lo que le supone el regreso al Colegio Público Virgen de Luna. Desde él pasará, en 1998, al que será su último y definitivo centro (a no ser que se arrepienta todavía, que no creemos), el IES Antonio María Calero donde ha venido impartiendo, magistralmente por supuesto, clases de Matemáticas y Ciencias Naturales.
Como todo el mundo comprenderá, Pedro ha realizado en su prolongada vida docente infinidad de cursos, seminarios, reuniones, viajes, puestas en común, ponencias y todas las actividades imaginables relacionadas con esta profesión, de las que, salvo excepciones, suele hablar bien; y recuerda de ellas, con especial cariño, el intercambio de ideas conseguido y la convivencia con numerosos compañeros.
Conozco a don Pedro desde que tengo uso de razón (alguno estará pensando que entonces no lo conozco de nada) y trabajo junto a él desde hace aproximadamente una década. Recuerdo todavía perfectamente el curso en que llegó a este centro en compañía de otros cuantos maestros, algunos de los cuales están igualmente aquí presentes. Pese a su experiencia, constituyó sin duda un verdadero reto: sin apenas referencia alguna tuvieron que cambiar de nivel, de colegio y de compañeros e involucrarse en un centro tan peculiar como el IES Antonio Mª Calero. Como cabía esperar, Pedro se adaptó rápidamente a la nueva situación y nadie podrá objetar que haya dejado de cumplir su tarea con total satisfacción y responsabilidad.
Conozco a don Pedro desde el 2002, año en que llegué con destino definitivo a nuestro centro. Tuve la suerte de dar clase en un curso, 1º B, del que él era tutor – y que curiosamente, algunas de sus magníficas alumnas acaban de poner punto y final a su estancia en nuestro centro -. De él aprendí el trato con unos niños tan pequeños. Siempre se mostró receptivo ante las dudas e inquietudes de un joven con sólo dos cursos de trabajo a sus espaldas. Siempre ha estado dispuesto a ayudar cuando se le ha necesitado y siempre ha tenido palabras de cariño hacia mí, lo que me llena de orgullo y satisfacción.
Experto en casi todo, como corresponde a una persona perspicaz e involucrada en el deseo permanente de aprender, Pedro pertenece a una generación de maestros – y quiero recalcar esta hermosa palabra tan denostada por unos burócratas preocupados en hacernos simples funcionarios o, mejor dicho, funcionarios simples- que ha tenido como objetivo fundamental de su labor el de enseñar todo lo que previamente ha aprendido y experimentado, que es mucho. Y lo ha hecho con generosidad y total disposición, día a día, curso tras curso, sin dejar que le obstaculizaran en ese propósito las numerosas modificaciones normativas, algunas de ellas verdaderamente esperpénticas, que se han venido introduciendo especialmente en los últimos años.
Ha vivido la enseñanza intensamente y desde todos los ángulos posibles: primero como alumno, luego como profesor provisional, aspirante opositor, profesor en prácticas, consorte de maestra y maestro consorte, padre de alumnos, tutor docente, cargo directivo… y sobretodo como maestro conocido y reconocido.
En su dilatada trayectoria ha trabajado y convivido con cientos de compañeros y con miles de chicos y chicas a quienes ha inculcado la necesidad y la bondad de aprender y que hoy representan su mejor herencia.
A regañadientes, también ha tenido que soportar a algunos colegas, a muchos padres de alumnos de los que nadie tiene dudas sobre su legítima paternidad, y a unos cuantos infelices acreditados para entorpecer la noble labor docente. En alguna ocasión también ha sido obligado a comulgar con ruedas de molino, pero todo el mundo sabe que Pedro es de los que las mastican pero no se las tragan.
Y a pesar de los pesares, ha sobrevivido a más de cuatro décadas de profesión que, más que todo un éxito, resulta un auténtico milagro.
Creemos que aún no hemos sabido calibrar la importancia que han tenido y tienen maestros y maestras como Pedro, como Paco, Bárbara y Conchita, para el funcionamiento docente de este Instituto. Son ellos los que nos han enseñado con su ejemplo y experiencia cómo adaptarnos a eso que llaman… ESO. El día que todos ellos decidan abandonarnos, nos vamos a quedar un poco huérfanos.
No tenemos la menor duda de que Pedro es ahora un hombre feliz, porque ha cumplido con creces la misión que voluntariamente decidió desempeñar hace ya mucho tiempo y porque le llega el momento de la jubilación en unas condiciones personales, familiares y materiales que todos firmaríamos; si lo miramos desde el punto de vista del ejercicio de la profesión, tampoco le ha podido llegar el adiós en un tiempo más oportuno que éste.
Pero sabemos igualmente que, de vez en cuando, aunque lo niegue con la boca chica y reniegue como habitualmente lo hace de la profesión y del sursuncorda si se tercia, Pedro echará de menos la actividad docente que durante muchos años le ha permitido disfrutar de tantos buenos ratos y agradables compañías. Ha sido su vida y su simiente. Su pasado y su legado.
También sabemos que Pedro mirará hacia adelante y afrontará con nervios e ilusión la nueva etapa que se abre ahora para él y en la que debe culminar sus mayores éxitos y sus mayores satisfacciones. Pedro pone punto y aparte a su estancia en nuestro centro – y digo bien, porque siempre estará con nosotros y siempre será parte del “Antonio Mª Calero”-; un punto y aparte dibujado con la solemnidad del que intenta averiguar la textura de la lluvia – que últimamente anda bastante escasa-, recogerla con las manos y beberla despacio junto a los seres queridos. Decimos punto y aparte porque, aunque deje entre nosotros una silla vacía, siempre quedará un hueco en el perchero donde colgar los momentos vividos a su lado.
Cuarenta años después de aquella noticia que nos informaba de los primeros pasos en la profesión del joven maestro titulado, podemos apropiarnos de las mismas palabras y, con todo merecimiento, repetir la felicitación a don Pedro Cerezo López por el éxito obtenido, en esta ocasión por una dilatada trayectoria docente que culmina hoy venturosamente. Felicidades, Pedro.


JOSÉ LUIS GONZÁLEZ PERALBO
FRANCISCO ONIEVA RAMÍREZ

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