jueves, 6 de junio de 2013

Entrevista a José Cañuelo Calero


 
P. ¿Podría decirnos cuál es la idea principal de este nuevo poemario, Bajo racimos de uva roja?
R. Pues es la idea de que en la vida se queman etapas. Cuando nos viene a la memoria una de nuestras edades es porque ha muerto. Entonces, se produce en nosotros una metamorfosis, hay aspectos que quedan atrás definitivamente y otros se transforman en la nueva persona que somos ahora. Esto me gusta expresarlo a través del símbolo de la crisálida. Bajo racimos de uva roja es sentirse morir y renacer al mismo tiempo.

P. ¿En qué se inspiró para escribirlo?
R. Pues una vez tuve esa necesidad de escribir sobre mi infancia y juventud ya perdidas, encontré mi rosebud –como en la película Ciudadano Kane de Orson Welles- en un verso de Odiseas Elytis que nombraba los racimos de uva roja que colgaban sobre mi cabeza en los veranos que yo pasaba en la casa de mis padres en Villanueva de Córdoba. Allí en el primer corral había un emparrado del que colgaban los racimos de uva roja, lugar donde la familia hacía vida, se recibía a los vecinos, se comía, se leía, se conversaba, se cuidaba de las flores, se veía amanecer y anochecer, se sacaba el agua del pozo y también nos sumergíamos en el silencio, un silencio que era estar en comunicación con las cosas, una leve brisa que sacudía los pámpanos, el rumor de otras casas, la campana que tocaba a difunto… Pues en aquellos momentos reconozco el anhelo primero y la consciencia de mi identidad.

P. Debutó usted en su poesía con su anterior libro, La ciudad de los ángeles ¿podría hablarnos de cómo han sido sus inicios como escritor?
R. En 2011 publiqué mi primer y breve poemario que se llamaba “El mar de los veranos”. Y ya en 2012, fue “La ciudad de los ángeles”. Pero he escrito desde que tenía 13 años. Luego he tenido épocas que he escrito de otros temas como el cine, la cultura o la educación. Muchos de aquellos poemas que he venido escribiendo desde entonces, están en la memoria y se van reescribiendo a la luz de nuevas experiencias y nuevos sentimientos, mientras esperan la ocasión de salir en una forma definitiva. Todos estos poemas que yo los entiendo a cada uno como a un pequeño Jonás esperando a tener la edad suficiente para salir del vientre de la ballena, los suelo agrupar en varios tipos:  poemas en prosa, poemas epigramáticos, poemas en versículos de línea clara, poemas en versículos de línea oscura y quizás alguno más.   

P. Relacionado con esto, ¿qué significó para usted ser finalista de un premio como el Solienses? ¿Y participar en Cosmopoética?
R. Que el premio Solienses me seleccionara como finalista fue una sorpresa y una satisfacción muy grande. De alguna forma, este premio aglutina, año tras año,  a escritoras y escritores vinculados con los Pedroches y ello nos transmite la idea de un paisanaje literario muy interesante. Porque, creo, hay que  escribir con un fuerte sentimiento de las raíces buscando, al mismo tiempo, su sentido en lo universal. Intervenir en Cosmopoética, en cuyo marco he presentado mis dos primeros poemarios, también me hacer estar muy contento y agradecido a editores y organizadores, por algo semejante a lo anterior, porque me hace sentir  vinculado a la poesía de la ciudad en diálogo con la poesía mundial.      

P. ¿Qué poetas han ejercido en usted una gran influencia? ¿Por qué?
R. Influencia de la que yo sea consciente, en mi juventud, ejerció el grupo Cántico porque escribían de una forma muy libre -me refiero a los libros que publicaron en los últimos años cuarenta y cincuenta- conservando un gran lirismo. Esto me parecía un revulsivo. Luego, al leer la poesía más surrealista de Vicente Aleixandre, Rafael Alberti, García Lorca y el primer Cernuda me sentí subyugado por la audacia para asociar palabras creando unas metáforas e imágenes del todo inusuales. Me interesó este surrealismo que yo denomino andaluz para desmarcarlo del francés que ya era harina de otro costal. Lo que si me influyó de la poesía francesa fue el simbolismo, sobre todo Rimbaud, en su idea de que la poesía es un desentrañamiento del mundo mediante símbolos. Pero los dos poetas que me despiertan la chispa de la poesía y en los que más he reflexionado son San Juan de la Cruz y Góngora. No porque yo vaya a escribir en su estilo, sino por explorar las posibilidades de lenguaje en sus límites. En la mayor sencillez tanto como en la mayor complejidad. También me interesa mucho la que yo denominaría reciente corriente neomística que parte de Unamuno, Juan Ramón Jiménez pasa por José Ángel Valente y nos lleva hasta Manuel Gahete. Y me influye, primero, porque trata de expresar lo inefable que es a fin de cuentas el cénit de la poesía; segundo, porque, como sostenía Unamuno, aún sin fe es necesaria una mistica.     

P. ¿Qué es para usted la poesía? ¿Por qué escribe? ¿Cree que la poesía es útil?
R. La idea de utilidad en  la poesía me la planteo  ligada a la idea de finalidad de la vida humana. Y la vida no tiene finalidad si no es dentro de un pensamiento trascendente. Esta perspectiva de la utilidad de la poesía no puede ser otra que dar cuenta del status creaturae del ser humano, de sus coordenadas de individualidad, temporalidad y materialidad. Ello no implica que la poesía deba ser escrita desde nociones religiosas. ¿Y por qué habría yo de hacer una cartografía poética de mi propia existencia?  No, como creía Sigmund Freud, para olvidar la miseria real, sino, como el mismo sostenía, porque en el plan de la creación no se incluye el propósito de la felicidad del hombre. Luego entonces,  la poesía es sobre todo un objeto espiritual. 

 
 

 
V

 
Qué fue de aquel perfume y de aquellos suplementos exhaustivamente doblados,

de aquella extraña habitación a una ciudad gritando y aullando bocinas en el puerto.

Cómo dormir a la canción de los borrachos, al paso del vendaval de tu cuerpo

que ya no es la luz que lo inunda ni el lugar que ocupa ni la voz que contesta

ni las manos que palpitan, sino solamente aquel gesto tuyo del dedo sobre el labio,

una cierta mirada y la nostalgia amarilla que musitan las avenidas.

De qué ha servido todo el estudio, tanto trabajo, todas las esperanzas rotas.

Vuelvo dos pasos detrás de ti, a vender periódicos, a delinquir tus besos,

no hay acantilados al mar ni cenizas que esparcir.

Yo ya solo soy arena y sol, adentrarse en calles y decir olvido

y que el piano de la lluvia maldiga el repiqueteo de tus tacones

                                                                                                  y que sé yo…

lo mejor del poema es abundar en la emoción de aquel descubrimiento,

en lo poco que pervive de alguien y en la fuerza del viento en la memoria

y que , ya digo, lo poco que queda de ti es apenas

aquel gesto tan tuyo que siempre va conmigo y este otoño del color de tu pubis.

 

(De “Bajo racimos de uva roja”. Editorial La Fragua de Metáforas, 2013)
(Ana Ballesteros y Karla Salazar)