viernes, 4 de abril de 2008

NIEVES DÍAZ CALERO EN EL SAHARA





En las fiestas de Semana Santa, he tenido la gran suerte de poder hacer un “pequeño” viaje a Sahara y ha sido la mejor experiencia de mi vida y ahora quiero compartirla con todos vosotros.
Os preguntareis que hacía allí, pues bien, es que hace unos años en verano, tuve a un niño de acogida y tras unos pocos intentos, he conseguido ir a verlo.
Allí no hay noción del tiempo ni del espacio, pero lo peor de todo, es que tampoco hay noción de cuándo o cuánto se debe comer, o, mucho peor, si la hay, a veces no es posible permitirse ese lujo.
La verdad es que a mí no me ha faltado de nada porque lo mejor que tienen las personas de allí es que te dan todo lo que tienen, sin preocuparse de que ellos lo necesitan más que tú; pero lo mejor que he recibido, ha sido, sin duda, su cariño y amor, ese amor incondicional que se da sin pedir nada a cambio (incluso mi familia de acogida lloraba el día que nos despedimos).
En esa semana me he dado cuenta de que es verdad eso que dicen de que no valoramos lo que tenemos y que no sabemos lo que es pasar fatigas, fatigas de las de verdad; pero ellos siempre están felices, siempre se apañan como pueden y, por poco que le ayudes, recibes un gran agradecimiento.
Entre todas las cosas que he hecho puedo destacar:
Para comer, nos sentábamos todos en el suelo junto a una mesa pequeña. He comido mucho pollo, espaguetis, ensalada, he probado el camello (que sabe como la ternera)…y sobre todo he bebido té, muchísimo té porque ellos lo hacen a todas horas, bueno, eso hasta que me puse mala con la barriga.
Dormíamos en unas planchas de espuma que hacían también de asiento. Nada más amanecer, se levantaban, rezaban una de sus 5 veces y unos se volvían a acostar y otros se iban al colegio.
Allí no hay calles y el suelo es muy irregular (piedras, montañitas de arena, agujeros que hacen las cabras…) Las casas unas son de barro y adobe y otras son como tiendas de campaña muy grandes y todas están llenas de alfombras.
Una noche, las mujeres me pintaron las manos y los pies con henna y todavía tengo algo de color.
Aparte de todo esto, he aprendido algunas palabras en saharaui (colores, números, animales, los saludos…), a ponerme la “melfa” (que es la ropa de las mujeres), a hacer té (aunque lo derramo siempre), a conducir, he bailado mucho, he ido a las dunas, que mires donde mires solo hay arena y algún camello que otro, y me he traído muchísimos regalos (té, collares, anillos, pañuelos…) los cuales ya he repartido.
Entre los regalos que yo llevé había una gorra de Tu Escuela Espacio de Paz para que de una forma u otra una parte de nuestro instituto estuviera allí.
En resumen, es un viaje que recomiendo a todo el mundo y ya no sólo por lo bien que te lo pasas y lo nuevo que conoces, sino por la ayuda que necesitan y, aunque lo pasé fatal cuando me despedí de todos ellos, pienso volver el año que viene.


NIEVES DÍAZ CALERO

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